jueves, 30 de julio de 2009

La Oposición y sus Márgenes de Autonomía


Lic. Germán P. Martinez

Dpto. Análisis de Coyuntura FUNIF Rosario


"Las entidades estuvieron el lunes demasiado agresivas porque hicieron una conferencia de prensa frente a mil personas, entonces era un discurso más que una conferencia de prensa. Se pasaron de rosca”. La frase pertenece a Felipe Solá, diputado nacional electo por la provincia de Buenos Aires. El ex gobernador bonaerense salió a poner límites a la agenda del campo. Dijo que “no estamos dispuestos a conceder todo, no estamos dispuestos a hacer demagogia ni a pedir lo imposible sino que vamos a las prioridades".
Con más pragmatismo y menos palabras, el senador Carlos Reutemann los mandó –directamente– a negociar con el Poder Ejecutivo. Expresó que “hay demasiada expectativa depositada en el Congreso, pero hay que entender que éste tiene sus tiempos. Mucho más rápida podría ser la reacción del Poder Ejecutivo, que cuenta con los atributos institucionales necesarios para cambiar el escenario con resoluciones efectivas. Una ley, para cambiar, necesita de otra ley, y ese proceso suele ser lento y complicado”, remató el ex gobernador santafesino ante la sorpresa de los invitados en la Bolsa de Comercio de Santa Fe.
Pedro Morini, diputado nacional de la UCR, fue más crudo aún. “Si las corporaciones quieren manejar la política, estamos en el horno. La Mesa de Enlace no puede imponerle a la oposición una agenda, como si fuese un partido político”, dijo. El integrante de la Comisión de Agricultura dijo además que “el tema de las retenciones de la soja no es prioritario, creo que sólo hay que bajarla dos puntos, hasta 33, para que no sea confiscatorio. No creo que sea conveniente bajarlas diez puntos, se desfinanciaría el Estado y hay otras prioridades”. Similares conceptos tuvo Ricardo Alfonsín recientemente en una visita por Venado Tuerto.
Por centroizquierda, otro que pidió una autocrítica de la Mesa de Enlace fue el jefe de bloque de los diputados nacionales de Solidaridad e Igualdad (SI). Eduardo Macaluse dijo: “Creo que la Mesa de Enlace debería hacer una evaluación de su accionar, porque en un año y medio de conflicto, su estrategia no sirvió para solucionar los problemas de los pequeños y medianos productores. Y eso es su responsabilidad y no la del Gobierno”.
¿Qué está pasando que los planes de máxima de la Mesa de Enlace ya no figuran entre las prioridades más urgentes de los principales bloques de oposición? ¿Qué pasó para que los que ayer intentaban juntar quórum en sesiones especiales para bajar las retenciones hoy pidan más prudencia y hasta se animan a criticar sus metodologías discursivas?
Muy sencillo: sienten que por primera vez en mucho tiempo el 2011 puede situarlos en la Presidencia de la Nación. Y que todo lo que hagan y cedan ante las corporaciones son límites para este gobierno pero también para los que vendrán.
En julio de 2008, con el voto “no positivo” de Cobos la corporación expresada detrás de la Mesa de Enlace le puso un límite a la política clausurándole la posibilidad de ponerle un techo a las expectativas de rentabilidad. Recordemos que uno de los fundamentos de la crítica a la movilidad de las retenciones era su supuesta destrucción de los mercados de futuro. El aplanamiento de la curva de retenciones después de determinado valor fijaba un precio máximo que se pagaría al productor sea cual fuere el valor internacional de la soja. Eran tiempos donde la expectativa de cotización superaba ampliamente los seiscientos dólares por tonelada. El problema mayor de la 125 – desde la perspectiva de las patronales agropecuarias - no era su supuesto carácter confiscatorio, ni inconstitucional, ni fiscalista, sino su aspiración por poner límites a la apropiación de la renta en un producto “sin techo” en su valor internacional.
Costará mucho sacar este freno a la capacidad del Estado para poner restricciones al poder económico de un determinado sector de la economía. Con mayorías en ambas cámaras, a 6 meses de las elecciones presidenciales y con el 70 % de imagen positiva, Cristina no pudo cumplir el objetivo. Pasará mucho tiempo para que un gobernante tenga la vocación y -más aún- el poder para incrementar el nivel de las retenciones a la soja. El mensaje de la corporación fue para el kirchnerismo pero retumbará en los oídos de toda la clase política por años.
Por eso ahora sólo se piensa en bajar las retenciones a la soja, aunque el precio internacional y el tipo de cambio vigente determinen un precio por tonelada en pesos similar a la del año pasado. Obviamente, sin tener en cuenta los menores rindes en muchas zonas producto de la sequía. Hoy los proyectos van desde el mantenimiento del 35 % actual (oficialismo) a una reducción al 25 % (Mesa de Enlace) pasando por varias alternativas opositoras. Pero sólo el PRO de Macri y la Coalición Cívica de Carrió parecen sumarse al plan de máxima de las entidades del campo. Uno, es la expresión clara de la derecha neoliberal en la Argentina, lo cual no se contradice con las intenciones de las patronales del campo. La otra, está cada vez más lejos de una posibilidad cierta de llegar al sillón de Rivadavia. En síntesis, uno por ideología, la otra por incapacidad, pero nadie excepto ellos, sigue los planteos maximalistas del campo.
Las demás fuerzas opositoras ponen reparos a la intención de bajar las retenciones a la soja. Muchos no quieren seguir con la “sojización”. Algunos hablan de que “no es prioridad”. Otros se escudan en la “responsabilidad fiscal”. Pero todos, en el fondo, saben que seguir a rajatabla los deseos del campo puede conducirlos a un derrotero de condicionamientos en un futuro no muy lejano si llegan a la Presidencia de la Nación. Si ceden hoy ¿cómo pararlos en una próxima embestida que reclame la eliminación de las retenciones? ¿Cómo responderle a otros sectores de peso en la economía que pueden extorsionar sobre el nivel de empleo?
Los próximos cuatro meses serán por demás de interesantes para la política argentina. No sólo se definirá en qué marco se desarrollará la relación entre el oficialismo y la oposición en el corto y mediano plazo. Sino que serán claves para tener una perspectiva más clara del nivel de autonomía de la política para ponerle límites – en nombre del Bien Común – a las ambiciones de ciertos sectores del poder económico en la Argentina.

lunes, 27 de julio de 2009

La Novedad del Diálogo


Lic. Miguel Gomez

Dpto. Análisis de Coyuntura FUNIF Rosario

Casi un mes han pasado de las elecciones del 28J y los distintos actores de la teatralidad política argentina, siguen adecuándose al nuevo escenario que ha determinado el electorado con su voto. Como onda en el agua, los movimientos se van expandiendo desde el centro hacia la periferia, contagiando a muchos de diversas formas y metodologías que ahora parecen ser el sine que non de la política. Una de ellas es el diálogo.
Encarada inicialmente desde el gobierno nacional, como lectura a un resultado que tiene bastante de fracaso, la apertura a la charla y al debate de ideas ha sido proyectada hacia distintas zonas geográficas e institucionales que antes parecían vedadas.
Suponiendo que la falta de diálogo “K” sea una marca en su orillo (cuestión que podría refutarse con lo sucedido desde junio de 2008 para aquí, cuando desde el oficialismo congresista se creó la figura de las retenciones segmentadas y cuando se lograron consensos realmente importantes en leyes trascendentes) la pregunta que hoy nos hacemos refiere a cual es el límite al diálogo que supone aceptar la oposición argentina.
Para ser más claro. Una sociedad puede elegir distintos valores sobre los cuales solidificarse. En términos políticos el diálogo entre las distintas fuerzas (atomizadas) puede ser una opción interesante, pero lo básico es que el diálogo necesitará de un correlato de acción política para que el mismo sea fructífero. Va de suyo entonces, que en la decisión por uno u otro hecho político determinado, existe un límite: al elegir hacer A y no B, estoy decidiendo por un camino que indefectiblemente deja afuera a todos los propulsores de las ideas de hacer B. Por lo tanto, ¿hasta donde los propulsores de B, aceptarían que sus ideas no sean tenidas en cuenta de manera trascendental?
Por otro lado, si YO soy gobierno y mantengo, dentro de un sistema presidencialista, las atribuciones del mando, ¿hasta donde debo aceptar los condicionantes que, naturalmente, me impone el diálogo en un marco atomizado?, ¿es proporcional a mi derrota, cómo lo medirá el conjunto de los actores? Además, sería muy positivo conocer cuál es el límite que están dispuestos a aceptar mis adversarios. Y de ellos, los cuales ninguno sobresale por ser una primer minoría claramente establecida, ¿quiénes aceptaran que mi legitimidad de origen (elecciones 2007) para el ejercicio del cargo “ejecutivo” es superior a la de ellos?
Estas preguntas no resultan menores por el sencillo hecho de que determinarán, en el mediano plazo qué suponen los próximos 28 meses de gestión, dicho de otra manera, cuan difícil le resultará al Poder Ejecutivo llevar adelante la gestión. Volviendo a las palabrejas de moda: cuan compleja será la gobernabilidad.
Este escenario además se complejiza si, siguiendo con el ejemplo de la piedra en el agua que expande las ondas desde el centro hacia la periferia, los actores mas trascendentes de la política argentina suscriben (y sobreactúan de manera parecida) a estas nuevas rondas de diálogo. Digo, parece, resulta que en Córdoba (Juez se juntó con Schiaretti), en Santa Fe (Binner dice que van a convocará al PJ y YA hay rumores de que se intentaría discutir, por ejemplo, la reforma constitucional tan necesaria… para el socialismo) y en la Reina del Plata, también convocarían al diálogo.
Uno visualiza claramente que en los 2 primeros casos, sumada a la situación del oficialismo nacional, la derrota es un factor que ha resultado determinante para el encuentro entre las distintas fuerzas políticas. Ahora, la pregunta es, de la misma manera que se la cuestiona para el ADN “K”, ¿hacía falta esperar que el oficialismo cordobés saliera tercero, que el socialismo perdiera por menos del 2% de los votos y que Macri se retrajera en no menos de 15 puntos de votos reales para que la solución que supone el diálogo fuera aplicada?
Tomemos un ejemplo yendo al caso santafesino. En un contexto de retracción económica el debate sobre el devenir del nivel de gasto de las cuentas públicas no es menor. Si un gobierno recibe de manos del anterior una caja superavitaria y con el paso del tiempo aparece una crisis económica que revierte el escenario, ¿no sería válido dialogar sobre qué hacer en los tiempos que se avecinan? ¿Aceptaríamos desde cierto progresismo fiscal determinado nivel de déficits, proactivando los niveles de producción económica o nos ajustamos a la ortodoxia cerrando el nivel de gastos? Podremos hacer cualquier cosa, expandir o retraer, propiciar cierto desarrollo o ajustar; pero lo que es seguro que, haciéndolo en forma dialogada o unilateralmente la legitimidad de la acción de gobierno no debe ser en nada cuestionada. Está en su derecho. Ahora bien, si el gobierno socialista de Hermes Binner declama hacia el plano nacional la necesidad de debatir los grandes temas de la Nación, más allá de los resultados electorales, ¿porqué no aplicarlo en el espacio propio? Las respuestas y justificaciones pueden ser de las más variadas, pero lo real y concreto es que el diálogo como tal, en un contexto de fuerte fragmentación política no es una tarea sencilla ni monocorde precisamente.
El diálogo ahora aparece como una novedad pero, si todos los actores convocaron desde la derrota o desde la debilidad ¿el resto de las fuerzas políticas no “K”, son tan diferentes? A mi me parece que no. Pero las modas, en la política argentina, son más fuertes.

jueves, 23 de julio de 2009

Signos que Preocupan


Lic. Germán Martinez

Dpto. Análisis de Coyuntura - Funif Rosario

La reciente semana estuvo signada por la apertura al diálogo que promueve la Presidenta de la Nación y que se materializan en diversas mesas donde se discuten aspectos centrales de las políticas públicas. Desde el Ministerio del Interior, se avanza en el diálogo sobre la reforma política. Desde Economía, Trabajo y Planificación, avanzarán en aspectos sociales y económicos. Desde el Congreso, se produjo una reunión de coordinación de labor parlamentaria para el segundo semestre. Y la mismísima Presidenta ha iniciado el diálogo con los gobernadores de provincias.
Las idas y venidas se provocaron por el contenido de la agenda, la flexibilidad a incorporar temas y la predisposición a que los temas conversados se traduzcan en decisiones políticas concretas. Un sector de la oposición mostró predisposición al diálogo (UCR, GEN, Socialismo, PRO, fuerzas de centro izquierda) y parte de ella prefirió consensuar en el Congreso pero evitar una foto con el Ejecutivo (Coalición Cívica). Las operaciones de prensa fueron pasando del “estamos analizando si concurrimos al diálogo” al “vamos a ver en qué condiciones”. Hoy la frase del momento es “esperemos que cumplan”.
En síntesis: el gobierno nacional tomó nota del resultado electoral y abrió el juego. Sus espadas parlamentarias iniciaron un proceso de búsqueda de consensos con los bloque de oposición para que las leyes que vienen (especialmente luego del 10 de diciembre) se consigan “con” el oficialismo y no “contra” él. La oposición respondió al llamado. Pero encaminado el diálogo – a pesar de las idas y venidas – fueron surgiendo algunas señales del espectro político opositor que merecen analizarse. Tomemos algunas situaciones generadas en los últimos días.
1) Los principales referentes de espacios políticos opositores concurrieron el pasado jueves 16 de julio a una reunión convocada por la Mesa de Enlace realizada en un hotel céntrico porteño. Reutemann, Solá, De Narváez y Stolbizer encabezaron la comitiva que fue a jugar “de visitante” a una reunión convocada por las patronales agropecuarias donde se discutió lo que ellos quisieron: facultades de la ONCCA, retenciones, emergencia agropecuaria, subsidios, etc. Los políticos opositores se comprometieron a impulsar la “agenda del campo”.
2) El domingo 19 de julio, el titular de la Asociación de Magistrados inició la avanzada contra la actual composición del Consejo de la Magistratura. La Coalición Cívica y el PRO, lejos de pedir una composición más proporcional dentro del cupo que tienen “los políticos” dentro del Consejo, salieron a pedir una readecuación del esquema de representación que termina potenciando el control de los jueces por parte de las asociaciones corporativas de abogados y magistrados a las que pertenecen. O sea: la Justicia administrada y controlada por sus propios dueños.
3) El 24 de agosto vence la renovación de una serie de facultades que a lo largo de décadas fue delegando el Congreso en el Poder Ejecutivo. Entre las más de 1.900 leyes que contienen algún tipo de delegación está el Código Aduanero, donde están contenidas las atribuciones del Ejecutivo para fijar alícuotas de derechos de exportación e importación. La oposición pretende acompañar la continuidad de la delegación de facultades sacando del paquete al Código Aduanero. O sea: por un reclamo de las entidades del campo, que piden que sea el Congreso quién fije las alícuotas de retenciones agropecuarias, los parlamentarios de la oposición están a punto de condicionar a este Ejecutivo (y a los que vendrán) quitándole las facultades para regular los derechos de importación y exportación de miles de productos, potestad fundamental en tiempos de crisis de las finanzas mundiales con consecuencias directas en el flujo de bienes comerciales.
4) El domingo último fue publicado por los principales medios gráficos del país un documento de la Asociación Empresaria Argentina que reúne a las empresas más importantes de la Argentina: Techint, Clarín, Arcor, Grobocopatel, Bagó, Pérez Companc, entre otros. El contenido y la redacción se asemejaron más a las proclamas corporativas de 1975 contra Isabel Perón o las de 1989 contra Raúl Alfonsín. Sin embargo, lejos de ser criticados por el arco político, los 12 puntos fueron alabados por dirigentes tradicionalmente moderados como Hermes Binner. El empresariado concentrado puso sus intereses sobre la mesa: nadie salió a retrucar nada.
5) La pasada semana, Monseñor Casaretto – titular de la Pastoral Social - dudó de los datos de pobreza e indigencia difundidos por el INDEC. Dijo que para él la pobreza estaba cerca del 40%. Sus afirmaciones se realizaron con el soporte técnico de la Encuesta para el Desarrollo Social Argentino de la Universidad Católica, que releva 2.250 casos en 10 aglomerados urbanos. Mientras tanto, el INDEC construye sus datos sobre la Encuesta Permanente de Hogares, que releva 96.000 viviendas de 31 aglomerados urbanos. La representatividad de la muestra es bastante evidente. Sin embargo, el titular de la UCR Gerardo Morales dijo que no había diálogo si no se hablaba de pobreza. Por derecha e izquierda los reclamos fueron similares. La Pastoral Social recibió incluso a la Mesa de Enlace. Casaretto marcó la agenda, la oposición siguió sus huellas.
¿Qué señal de alerta encienden estos cinco hechos? Que al oficialismo y a la oposición les cuesta encontrar una posición coherente luego del resultado electoral del 28 de junio. En un escenario de ganadores y perdedores por escaso margen, con el poder político más distribuido y fragmentado, el oficialismo y las diversas expresiones opositoras están reacomodando agendas y posicionamientos. Mientras tanto, lo que algunos llaman “el poder real”, o sea, las corporaciones sociales, políticas y económicas que trascienden los gobiernos de turno, decidieron marcarle la agenda a “los políticos”.
Ante la mayor debilidad relativa del oficialismo y ante la escasa autonomía de pensamiento del arco opositor, el empresariado concentrado, la Iglesia y la corporación judicial decidieron aumentar su visibilidad. Lo que antes decían por lo bajo, ahora lo expresan en las tapas de los diarios amigos. Sienten que es el momento de volverle a poner límites a la autonomía de la política y de los políticos para fijar la agenda económica, social y política.
Dejar que las corporaciones manejen la agenda y los tiempos políticos no es bueno para nadie que tenga expectativas de llegar la Presidencia de la Nación en el 2011. Esto lo debe entender el gobierno pensando en sus potenciales candidatos y todo el arco opositor, especialmente la UCR y el PRO Peronismo. Si hoy los grupos de poder marcan la agenda ¿qué será cuándo asume el próximo gobierno? Cobos, Macri y Reutemann deberían prestarle atención a esta situación. A no ser que tengan decidido gobernar para ellos.
¿Significa esto que no hay que escuchar a las corporaciones? En absoluto, pero una cosa es dialogar, escuchar, y otra muy distinta es hacer exactamente lo que ellos pretenden. Muchos piensan que no se puede gobernar la Argentina sin acuerdo con los grupos de poder. No hacer lo que ellos quieren suele ser arriesgado y desgastante. Esta tensión entre “la política” (como búsqueda del bien común) y los grupos de poder (que pretenden que sus intereses particulares sean asumidos por el conjunto) es permanente y siempre inestable. No existe una total autonomía, aunque sí es posible una total sumisión.
La historia argentina en este Bicentenario es una sucesión permanente de ejemplos al respecto. De hecho, salvo rarísimas excepciones, gobiernos civiles y militares de todo el siglo pasado no hicieron más que seguir las “sugerencias” corporativas, evitando enfrentamientos y poniendo a resguardo sus intereses. Pensar una Argentina distinta a la que los grupos de poder quieren supone, además, una profunda vocación de transformación para no dejarse vencer ante las primeras presiones. Sería bueno que todos –oficialismo y oposición– analicen este pasado de condicionamientos y tengan la audacia necesaria para que la política no quede reducida al mandato del “poder permanente” de las corporaciones.

viernes, 10 de julio de 2009

Volver a lo Inesperado


Lic. Miguel Gomez Dpto. Análisis de Coyuntura. 10/07/2009

¿Qué pasaría si en pocas semanas el Gobierno Nacional impulsa la autolimitación en el uso de las facultades del Jefe de Gabinete para reorientar partidas presupuestarias? ¿Qué pasaría si Cristina decide avanzar en un proceso de normalización del INDEC con una referencia pública de indudable idoneidad y prestigio a su cargo? ¿Qué pasaría si el gobierno logra un acuerdo con los gobernadores para que llegue a las provincias un porcentaje mayor del llamado Impuesto al Cheque? ¿Y si avanza hacia una solución de mediano plazo a las perspectivas de rentabilidad de las producciones de trigo, maíz, leche y carnes?
Por iniciativa propia, negociando y consensuando con quiénes quieran acordar, el gobierno nacional podría en pocos meses desactivar la bomba mediática de la que hoy está preso por errores propios y méritos ajenos. En pocos meses podría demostrar que escuchó el mensaje de las urnas, que atendió las demandas de la oposición y que está dispuesto a desandar caminos que lo alejaron del apoyo popular conquistado en las elecciones de 2005 y 2007.
¿Sería esto una muestra de debilidad? No faltará quién lo interprete de esta manera, pero no es de débiles sufrir un resultado electoral adverso, volver sobre sus pasos, retomar la iniciativa y generar otro escenario político. Quizás alguno podrá titular “el gobierno cede ante las presiones de la oposición”. Pero bien podría instalarse la idea de que “el gobierno no cede ante las presiones de nadie sino frente al mandato popular expresado en las urnas”.
La oposición aprendió a ser oposición. Sabe que el gobierno lee todas las demandas que se le hacen en términos de búsqueda de limitación de su poder político. Y que cada vez que le plantea algo el gobierno hace lo contrario con tal de no aparecer “debilitado”. Por eso le piden todos los días que haga renunciar a Moreno, que busque el diálogo, que elimine los superpoderes y que descentralice recursos. Porque la oposición intuye que el gobierno va a visualizar detrás de esas demandas un intento de limitar su poder y que por ende no va a aceptarlo. Y si no hace lugar a esos pedidos se potencia la idea de soberbia y de autismo del Ejecutivo, lo que lo continúa desgastando. En el fondo, la oposición no quiere que el gobierno cambie para continuar desgastándolo ante la opinión pública, ayudado por los medios masivos de comunicación. Es muy curioso que el mismo gobierno que demostró sagacidad para negociar con los bonistas, romper con el FMI y sepultar al ALCA caiga todos los días en la misma trampa.
Está fuertemente instalado en los medios y en la sociedad que Cristina es soberbia, que el gobierno es autista y que Néstor Kirchner no escucha y hace lo que quiere. Así lo demuestra cualquier estudio cuantitativo o cualitativo que se haga en cualquier lugar de la Argentina. El gobierno es consciente de esta estigmatización. Por eso, impulsar una agenda como la descripta anteriormente sería absolutamente inesperado. Al contrario de lo que muchos piensan, se haría lo que la oposición no quiere que se haga, aunque todos los días diga lo contrario.
Más allá del análisis de poder, la opinión pública vería con agrado el cambio de actitud, más todavía si se acompaña a las decisiones con una fuerte operación de instalación en la sociedad que ayude a mostrar que en la aparente debilidad está la mayor fortaleza del gobierno. El nuevo staff de ministros – la mayoría muy dispuestos a ocupar el espacio público – podría colaborar en este sentido.
Hacer lo inesperado fue el punto central de lo mejor del “estilo K”. De hecho, Néstor Kirchner hizo en sus primeros años de gobierno lo que nadie esperaba. ¿Quién pensaba que fuera posible el avance sobre la Corte Menemista, la anulación de las leyes de impunidad, el abandono de las relaciones carnales, el restablecimiento de las paritarias? Suelo decir que la desgraciada frase “si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie” bien puede caberle a Kirchner, pero en sentido contrario. Lo que en Menem fue motivo de ruptura con la sociedad y de descontento ciudadano, en Kirchner fue el principal motivo de acumulación de autoridad presidencial y adhesión popular.
Hay que volver a lo inesperado, seguir el ejemplo del 2006, cuando tras la derrota del intento reeleccionista en Misiones se avanzó en la reducción de los miembros de la Corte Suprema de Justicia. En el segundo semestre del año pasado hubo un intento de retorno a esta concepción de la gestión de gobierno. Tras la 125, cuando más debilitado se lo percibía al gobierno, Cristina impulsó la estatización del sistema de AFJP y de Aerolíneas Argentinas. Y sus legisladores nacionales consiguieron niveles de consenso parlamentario importantísimos, además de la aprobación del Presupuesto y las prórrogas impositivas. Cuando el gobierno nacional hace lo que nadie piensa que va a hacer, gana puntos, se oxigena políticamente y se reconcilia con la sociedad. Cuando hace lo previsible, se termina encerrando y distanciando de la sociedad.
Finalmente, valdría la pena preguntarse: ¿qué hará la oposición el día después que se acaben las chicanas por el INDEC, los superpoderes, el campo y la falta de federalismo? Quizás tenga que enhebrar una agenda política y económica en serio, lejos de frases hechas y consignas publicitarias. Ese día, el gobierno habrá reconquistado en parte la autoridad y credibilidad perdida. Muchos de los que se fueron quizás quieren volver. Y podrá empezarse a discutir en serio cómo hace la Argentina para salir de esta fenomenal crisis económica sin renunciar a la justicia social y la distribución del ingreso.

miércoles, 8 de julio de 2009

¿Giro a la Derecha?


Miguel Gomez - Dpto. Análisis de Coyuntura - Funif Rosario - 8 de julio de 2009


El 28 de junio ha pasado y con él, múltiples lecturas se han realizado sobre su resultado. Son varias las cosas que han quedado claras:
- El oficialismo nacional ha perdido algo así como 2.500.000 de votos respecto de la última elección de 20 meses atrás.
- Una vez más, al igual de lo que sucediera en 2007, la fuerza “K” cayó derrotada en los grandes centros urbanos.
- El Frente Para la Victoria y sus respectivos aliados han mantenido el predominio electoral en 14 provincias.
- A la hora de analizar la composición del nuevo Congreso Nacional el FPV ha perdido alrededor de 10 diputados, como así también ya no cuenta con quórum propio en el Senado.
- Las provincias que más fuertemente han estado atravesadas por el conflicto con el “campo privilegiado”, han sido más contundentes en su rechazo a las propuestas del proyecto político que conducen Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
En un par de ellas (Bs. As. y Santa Fe) triunfaron fuerzas que pueden ser claramente identificadas ideológicamente de derecha. Ahora bien, ¿esto significa que la sociedad giró a la derecha? Antes de responder a esa pregunta conviene señalar unas cuantas salvedades.
1. Brevemente, en pocas líneas y a grandes rasgos, definamos qué es ser de izquierda y qué es ser de derecha. En el primer caso, la persona cree en lo colectivo como razón esencial de las prácticas políticas y sociales cotidianas. Afirma su identidad desde un “nosotros” que brega por una distribución más equitativa de lo que un país produce y que reconoce, en la modernidad de los dos últimos siglos, al Estado como el articulador de los intereses de aquello que menos tienen, llevando consigo un rol muy activo en el ámbito de la economía, espacio central de la vida en sociedad.
Ser de derecha por su parte, supone el desafío de que cada individuo luche por mejorar su propio destino, el cual sólo él puede modificar y donde la inventiva personal juega un rol determinante. No está tan interesado en la participación colectiva, ya que, al pagar sus impuestos transfiere su responsabilidad a otros para obtener una vida más segura. El Estado es, cuanto menos, un adversario y no debe inmiscuirse en las decisiones privadas de los hombres ni en aquellas que refieren a la defensa de sus bienes, por ejemplo, una empresa.
2. Una elección de tipo legislativa no necesariamente debe ser pensada bajo la misma modalidad que una donde se juegan cargos ejecutivos. En esta última, el que gana por un voto, inclusive con 2º vuelta mediante, SE LLEVA TODO, mientras que en los comicios legislativos se cumple con el respeto a la proporcionalidad que reflejan los votos.
3. Si bien esta elección de alguna manera fue un intento de plebiscito, no es 100% seguro que en el conjunto nacional, al elegirse candidatos por las distintas jurisdicciones provinciales, algunos resultados no respondan también a las propias lógicas locales antes que a la idea de poner bajo la lupa la gestión y la calidad del proyecto político puesto en práctica desde mayo de 2003.
4. Esta última circunstancia es la que permite visualizar como una cuestión no tan dramática la nueva representación de Diputados, donde el oficialismo hace rato que había perdido el quórum propio y donde la conducción del bloque oficialista, a fuerza de negociaciones constantes, fue logrando un doble objetivo simultáneo: garantizar el número para el comienzo de las sesiones y conseguir los votos necesarios para que algunos proyectos obtuvieran media sanción con amplitud. A su turno, nuevos desafíos tienen por delante los senadores oficialistas, quienes deberán enfrentarse a la nueva situación de no contar con quórum propio.
En resumen, ¿todo esto nos permite inferir que en el voto del 28J “el electorado”, en su gran mayoría, giró a la derecha? Electoralmente hablando, ¿se derechizó la sociedad? Para algunos analistas esto es más que evidente. Otros, tenemos nuestras dudas. Veamos por qué.
Como señaláramos más arriba, si hablamos de derecha o de izquierda, hacemos referencia a una forma de concepción de la política, de la vida y del poder. Más o menos, a grandes rasgos, cualquier lector de coyuntura política intuye si un dirigente juega en un extremo o en otro de este arco ideológico. A partir de esto, definamos a los representantes más rutilantes de la derecha en las regiones más críticas para la gestión del gobierno nacional: Macri, Prat Gay, De Narvaez, Solá, Reutemann y Schiareti, entre otros.
Si de todas maneras, y más allá de las observaciones aquí planteadas, optamos por mirar al conjunto de la elección como un todo nacional; saquemos del análisis entonces a aquellas 14 jurisdicciones donde el oficialismo supuestamente K, ha triunfado.
Tomemos entonces los casos de las 4 jurisdicciones electorales más importantes del país: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las provincias de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. (Excluimos a Mendoza sin desconocer la importancia del triunfo cobista, pero es dable confesar que cuesta definir al Vicepresidente en el arco ideológico a los fines de este artículo. Digo, si bien Julio Cobos, por momentos se parece más a un dirigente conservador antes que a un “progresista”, lo era inclusive en octubre de 2007 cuando fue en una misma fórmula con Cristina Fernández lo que nos permite contar con el beneficio de la duda respecto de su definición política)
Ciudad de Buenos Aires: la fuerza que conduce el Ingeniero Mauricio Macri, obtuvo el 31,09% de los votos mientras que el Acuerdo Cívico y Social algo más del 19%. Sumados, como representantes de la derecha, superan levemente el 50%. Por el lado de la “no” derecha, sumando la lista de Solanas, Heller, Ibarra y Polino, se llega a casi el 42% de los votos. Si lo cruzamos con los datos de las elecciones de 2007, en aquella oportunidad las fuerzas de derecha (Recrear, CC y UNA) treparon hasta el 68% de los votos. Si se excluyera a la estructura de Lavagna, se alcanza el 60%.
Córdoba: hacemos la salvedad de que a la distancia y a los fines del presente análisis, Luis Juez puede ser definido como un híbrido, ya que más allá de su gestualidad, cuesta definirlo ideológicamente (revisar alianza con el socialismo santafesino por un lado y pedido de eliminación de retenciones por otro). En la elección de Senadores, y si quisiéramos definir al ex intendente de Córdoba como un progresista más allá de su férrea oposición al modelo K, en la última elección, la “no” derecha trepó al 40% de los votos (Frente Cívico, FPV, Frente de Izquierda) mientras que la suma de los votos de Unión por Córdoba más el radicalismo que representa Mestre superan el 52%. Si miramos hacia atrás, en 2007, elección en la que el Partido Nuevo de Luis Juez no presentó candidaturas, la derecha cordobesa llegó al 55% de los votos mientras que la “no” derecha rozó los 20 puntos.
Santa Fe: En ambos casos, sea para los cargos de diputados como para los de senadores, triunfaron las listas que conduce Lole Reutemann. No más de medio punto en la primera y casi un 2% para la segunda. En ambas circunstancias la presencia del socialismo no puede ser soslayada ya que rozó el 40% de los votos. Si a esto le sumamos los números de la lista del FPV y de Proyecto Sur, en esta jurisdicción, la “no” derecha, en diputados, llegó a algo más del 53% de los votos. Si miráramos hacia atrás, en 2007, este segmento había alcanzado el 73% de las preferencias del electorado.
Buenos Aires: Conocida es la resonante derrota del oficialismo en la provincia más importante del país, donde sólo alcanzó algo más del 32% de los votos, perdiendo a manos de la UNION PRO que obtuvo el 34,5%. Si utilizamos nuevamente nuestra categoría de “no” derecha, el 28J, este grupo llegó al 40% de los votos, mientras que la suma de la coalición triunfante más el ACyS, al 55%. En 2007, la relación era otra: la suma del FPV y de los partidos de izquierda llegaba al 50%, mientras que la derecha bonaerense se estiraba como mucho al 37% de los votos.
Como vemos entonces, teniendo en cuenta que los datos de la elección del último domingo de junio son provisionales, sólo 2 jurisdicciones provinciales parecen haberse corrido hacia la derecha: Buenos Aires y Santa Fe, que no son por cierto, distritos menores. En el resto, la idea de “derechización” de la sociedad no parece estar tan definida como algunos analistas desean plantear. Si sería válido, a nuestro entender, hablar de un voto que profundizó su mirada opositora sobre el proyecto K.
Creemos entonces que no es menor la distinción ya que la confirmación o no de un corrimiento de un extremo del electorado determinará no sólo las interpretaciones de lo sucedido hace unos 10 días, sino, y esto es lo más importante, lo que se puede hacer desde un proyecto político que determinó el crecimiento positivo de todos los indicadores macro sociales y macroeconómicos para recuperar el terreno perdido. No parece fácil esta tarea. Pero tampoco lo era el 25 de Mayo 2003.

martes, 7 de julio de 2009

Torcer el destino



Eduardo Aliverti – Página 12, lunes 6 de julio de 2009


A medida que pasan los días, hay tres aspectos que sobresalen con nitidez tras el resultado de los comicios. Con diferente graderío, claro.

El primero parece (es) una tontería y sin embargo debe repararse en él: el oficialismo perdió las elecciones, categóricamente. La lectura numérica pelada le da que conserva la primera minoría, bien que porque la oposición está dividida. Pero si la visión es interpretativa no tienen manera de zafar, aunque se empecinen en lo contrario. Los K perdieron en todos los distritos principales; en todo el centro de la República sojera; en números del conurbano bonaerense que no llegaron a compensar la caída en el resto de la provincia, aun cuando se sumasen todos los votos de los candidatos a concejales que presuntamente guardaron para sí los barones del PJ con desmedro de los postulantes a diputados del kirchnerismo (ver la nota de Fernando Krakowiak en este diario, jueves pasado). Los K perdieron en Santa Cruz... para que Cristina no tuviese mejor ocurrencia que advertir sobre su triunfo en El Calafate, al más patético estilo de la rata cuando señaló que había ganado en Perico. Esto sería lo de menos, porque podría tomarse como un chascarrillo cáustico, si no fuera porque la Presidenta apareció el lunes con cara y postura de “aquí no ha pasado nada” y al cabo de que su marido, tras digerir una caída impensable, moviese rápido la ficha de Scioli ¿sin tomar en cuenta? que en el peronismo ningún derrotado queda con derechos. Es sólo por esto que vale ratificar la obviedad de que el kirchnerismo perdió.

El segundo ítem ya empieza, sí, a complicar el contexto. Tanto o más claro que lo anterior es que todo lo que quedó como presidenciable y/o muy expectable, hacia 2011, es de derecha. No entremos en disquisiciones de matices. Reutemann, Macri, De Narváez, ¿Solá?, ¡¡¡Cobos!!! Hacia la izquierda, pero con límites distritales, lo único que aparece es Pino, con su extraordinaria performance en Capital; Sabbatella, habiéndose hecho un lugar a golpes de honestidad y eficiencia de gestión; y hasta diríase que Heller si se anota que tocó el 12 por ciento con el pejota de Capital jugándole entre la indiferencia y en contra. Ninguno de los tres cotiza, si es que hablamos de los macro-rumbos nacionales. Pero volvamos. ¿Desde dónde fueron favorecidos los victoriosos? Ganó la derecha, está bien, pero, ¿porque se la usó o porque se la votó?

Si la respuesta es la primera, querría decir que una parte bien reveladora de un grueso social y mayoritaria, en los números, si se suma al peronismo conservador y a los conservadores antiperonistas, agarró lo que tenía más a mano para destruir a los Kirchner. Fue así por razones que van desde el gorilismo histórico de algunos sectores medios hasta el rechazo ya visceral, anímico, por las características crecientemente insoportables de los K. La soberbia permanente. El creerse que el país se puede manejar como si fuera una estancia santacruceña, con fieles capataces. El espíritu confrontador permanente, sin una media tinta jamás (hablamos de cómo regularlo, no de que no esté perfecto marcar la cancha). La imagen de creerse todopoderosos. Las resoluciones sin confiar más que en los cuartos de Olivos o la mirada hacia el glaciar. El maltrato o el desdén hacia la gente del mismo palo. Una cosa es eso y otra muy diferente, y hasta distinta, si además de eso se les votó en contra porque se quiere otro país, otro modelo. Una vuelta a los noventa, en definitiva. ¿Qué les ganó a los K? ¿Putearlos contra su estilo o querer que se abandone una ruptura ligeramente parcial, pero ruptura al fin, con la escala valorativa de liberales y conservadores? Quien sepa contestar a esa pregunta tendrá el reino de los cielos. Daría la sensación de que hay una mixtura. Algo así como no está del todo mal lo que hacés, pero pará de pelearte con todo el mundo, arreglá con el campo que es lo que nos da de comer y si querés despuntá el vicio con los juicios a los milicos y enfrentando a la Iglesia. El pequeño detalle es el de siempre. Eso de que no se puede tirar el córner y cabecear al mismo tiempo. Se afectan intereses o no. Si lo que se votó es que debe dejarse conformes a todos, estamos en la lona. Si lo que se quiere es que vuelva al Estado la plata de los jubilados, y que se exporte pero atendiendo primero al mercado interno, y que los puestos de trabajo más o menos se mantengan en medio de la crisis internacional, y que a la vez no se enoje “el campo” y los industriales no presionen sobre el tipo de cambio y se pueda barrer debajo de la alfombra, se votó por un milagro que no existe ni existirá en ninguna parte.

El tercer elemento, en línea con el anterior, es qué harán los K siendo que desde el domingo pasado todo el mundillo partidario y empresarial, y alguna parte del sindical, lo da a él como un muerto político y a ella como una figura decorativa. Eso que se llama PJ, y que por el momento es definible como el conjunto de ganadores peronistas o panperonistas, como Macri, querrá cargarse a lo que se considera restos del kirchnerismo (ya lo hacen) y preparar el mejor escenario 2011. La búsqueda de una figura centralizadora, a valores de hoy, no sale de entre Reutemann y Macri. Más De Narváez en la provincia, a menos que encuentren algo mejor que esta vez no consiguieron debiendo, entonces, tragarse el sapo de un candidato ahora ganador al que en verdad detestan. Y en cuanto al radicalismo presuntamente revivido, con Carrió descendida al Nacional B y Binner golpeado en una medida que es incógnita, de modo poco menos que increíble se posiciona Cobos, más por descarte –como el colombiano– que por bondades convincentes. Siempre con una mira coyuntural, del día a día, suena a ciencia-ficción que una mayoría de la sociedad vaya a apostar nuevamente a los radicales para conducir el país. De manera que, si es por dentro de dos años y pico vistos desde hoy, el destino se presenta como de peronismo por la derecha. Aunque, de modo simultáneo, tampoco parece que vayan a contribuir a un incendio porque, vamos, ellos también sufren una revuelta de aquellas y saben que no les convendría propiciar una catástrofe.

Esto último, obviamente, no supone que vayan a dejar de presionar a favor de los intereses que representan. Apuntarán entre otras cosas a la baja de las retenciones y hacia una devaluación menos escalonada, para ganarse el crédito de sus socios ideológicos y comerciales. La gripe pasará, pero esa táctica no. Y es ahí donde vuelve el interrogante de lo que harán los K. ¿Salvar la ropa respecto de su –tal vez– acomodo individual, porque creen que su experimento tibiamente inclusivo y productivo ya fue y sólo se trata de no acabar en helicóptero? ¿O jugarse a profundizarlo, confiando en que tienen todavía un espacio social nada despreciable y gente significativa que podría prenderse si la convocan con un espíritu más humilde y vocación (re)constructiva?

¿El destino es inevitablemente la derecha, de nuevo la derecha, o se lo puede modificar? Otro reino de los cielos para quien sepa contestar esa pregunta.

Tiempo de reformas, con nuevos debates y sin superpoderes



Guillermo O'Donnell – Clarín, domingo 5 de julio de 2009


Desde diversos ángulos y profesiones estamos tratando de interpretar los resultados y consecuencias de las elecciones del domingo pasado. De esto resultan muchos temas, que seguramente debatiremos por bastante tiempo; entre ellos quiero destacar la enorme atención que se viene prestando a la situación en que han quedado los posibles presidenciables y a la incipiente interna del justicialismo. Estos son temas importantes, aunque sólo fuere porque desde ya articulan movimientos de esos presidenciables y, como tales, merecen ser tomados en cuenta. Pero la enorme (si no casi obsesiva) atención que se les está dedicando implica un serio riesgo. Muchos coincidimos que dos graves defectos del sistema político argentino son su hiper presidencialismo y la extrema personalización de partidos y candidaturas. La atención que mencioné refleja y, me temo, puede reforzar esas características.

En cambio, creo que la principal vía de esperanza que han abierto las elecciones es hacia la restitución del Congreso en su auténtico papel -y obligación- de legislador; es decir, ser la institución que inicia y sanciona las importantes leyes de la Nación, no una básicamente reactiva a iniciativas del Ejecutivo. Hay en este plano una agenda tan amplia como importante. A corto plazo, preferiblemente ya durante el actual Congreso, habría que derogar las dos normas que encarnan lo peor de la democracia delegativa que tenemos: la que asigna superpoderes al Ejecutivo y la que determina la actual mayoría en el Consejo de la Magistratura y entorpece gravemente la autonomía del Poder Judicial. Asimismo, con la misma urgencia, habría que modificar restrictivamente la reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia. Más adelante, habrá que ir produciendo la legislación de fondo que nuestro país tanto necesita.

No es esta la ocasión para ocuparme de esto, salvo señalar que hay leyes que van a necesitar amplios debates, en la escena política y en la sociedad, y en los que la atención y difusión que les brindemos van a ser decisivas para su calidad; pensemos entre otras en la necesidad de una reforma impositiva que supere sus evidentes inequidades e ineficacias, de adecuada legislación para las actividades agropecuarias, de las modificaciones conducentes a que el federalismo argentino sea realidad, de reponer y actualizar la legislación sobre minería y protección de glaciares y, por cierto, la tantas veces prometida y nunca realizada reforma política. Estos y otros temas de responsabilidad legislativa son por lejos los más importantes para el presente y el futuro de nuestro país. Si esto es cierto, medios y analistas deberíamos prestarles cercana, intensa y constante atención. Esto daría positiva repercusión a los representantes que se ocupen seriamente de ellos, incentivaría a los que aún no lo han hecho y castigaría a los que se nieguen a considerarlos.

Asimismo, esa atención expresaría una opinión pública que a través de su voto se ha expresado claramente en pro de una mayor institucionalización de nuestra vida política; con ello a su vez se facilitaría que esa opinión, en sus diversas manifestaciones, se movilice alrededor de temas legislativos y con ello haga la necesaria contribución ciudadana a la discusión y decisión de los mismos. Si, en cambio, estos temas ocuparan un lugar marginal en las ocupaciones y preocupaciones de medios y analistas, de hecho habríamos contribuido a ratificar los vicios de hiper presidencialismo y extrema personalización que con tanta razón criticamos. Aunque interesantes, las especulaciones sobre futuros presidenciables y la interna justicialista no dejan de ser tales; por su lado, la elaboración de una adecuada agenda legislativa -que no es sólo tarea de los políticos- es un tema de grande, inmediata y concreta importancia. Creo que medios y analistas tenemos la gran responsabilidad de reconocer esto y actuar en consecuencia.

Que haya un gobierno menos confrontativo, y buscador de consenso


ENTREVISTA CON ROBERTO LAVAGNA
"Que haya un gobierno menos confrontativo, y buscador de consenso"

Silvia Naishtat – Clarín, domingo 5 de julio de 2009


¿Cómo se hace para salir de esta crisis?

Así como la gripe de hoy se incubó antes, en la economía pasamos del orden al desorden de 2006 y 2007. El año pasado y éste estamos pagando el costo de los desajustes y hemos entrado en esta situación de tipo recesivo. Hay que hacer algo en el plano institucional, en lo económico y en el plano de las relaciones internacionales.

¿A qué se refiere?

En lo institucional hay que lograr el re-equilibrio de poderes, corregir los superpoderes para el manejo del gasto y el Consejo de la Magistratura. Se debe refederalizar el país, porque se convirtió en un país unitario y tenemos pendiente discutir una nueva coparticipación federal. También hay que empezar con una reforma política, con lo más sencillo, la boleta única en el momento de votar. En lo institucional, se puede agregar la normalización del INDEC. En lo económico, se resume en que hay que tener un programa económico, No hay que pensar en medidas aisladas. En el plano de las relaciones internacionales hay que re aproximarse a nuestros socios estratégicos como Brasil, Uruguay, Chile y tomar distancia de los modelos caribeños que no son lo que los argentinos hemos elegido.

¿Qué piensa de los cambios que se mencionan en el Gabinete?

Cualquier cosmética menor no sirve de nada, hace falta un cambio en el estilo de gobierno para hacerlo menos confrontativo y buscador de consenso y un cambio en la sustancia. Me refiero a la política económica, social, la institucional e internacional. Si alguien en el gobierno cree que con cosmética menor va a resolver el problema, se equivoca. Y vamos a generar, entonces, condiciones más negativas que las que vivimos en este momento.

Cuando asuma en diciembre, la oposición va a plantear un cambio en el régimen de retenciones ¿Los va a apoyar?

En el sector agropecuario hay áreas que están profundamente afectadas como la carne, la leche y el trigo, que se encuentra en una situación crítica. En el caso del maíz, los costos de siembra subieron. El de la soja es diferente a estos precios internacionales y dado que bajaron muchos costos como el valor de los arrendamientos y el precio de agroquímicos, todo parece indicar que en soja hay cierta rentabilidad. Apoyaría una reducción en carne, leche, trigo y maíz. Y en soja, debería hacerse sintonía fina.

Aun antes del resultado electoral, muchos empresarios se distanciaron del Gobierno. ¿A qué lo atribuye?


Al fin se dieron cuenta. En la Argentina, toda la clase dirigente tiene una visión de corto plazo y esa es nuestra gran diferencia con Brasil y Chile. En cuanto a los empresarios, por fin se enteraron que esto no es viable, que este programa que manejó Kirchner es un programa que no tiene nada que ver con el anterior y que lleva a una situación de conflicto, pobreza, inflación, fuga de capitales y caída de la inversión

Falta confianza, pero puede haber dos años con viento de cola


ENTREVISTA CON MARIO BLEJER

"Falta confianza, pero puede haber dos años con viento de cola"

Daniel Fernández Canedo – Clarín, domingo 5 de julio de 2009


¿Que pasará hasta fin de año?

Desde el punto de vista del posicionamiento internacional hay una coyuntura a favor y el país puede salir relativamente bien.

¿Otra vez hay que apostar a la cosecha?

Si afuera la economía mejora, puede haber dos años con viento de cola. Fíjese que aumentaron los precios de los productos que la Argentina exporta (granos) y bajaron los que importa (productos industriales). Eso pone al país en buena posición.

Pero no está dicha la última palabra sobre lo que puede pasar en la economía mundial ...

Es cierto, pero los dos clientes fundamentales del país, que son China y Brasil, empezaron a crecer y eso abre buenas posibilidades.

Igualmente, no se puede apostar sólo a que el precio de la soja sea bueno...

Tambien importa que acá los bancos están líquidos y las famimilias no están sobreendeudadas. Claro que se da un hecho paradójico: los bancos no prestan y las familias no consumen.

¿Y eso a que se debe?

Claramente es un problema de confianza. Hoy el viento de cola que viene de afuera en vez de servir para movilizar la economía se está llevando los capitales. La salida de capitales sigue siendo muy fuerte y eso refleja la falta de confianza.

¿Cree que si el Gobierno vuelve a negociar con el FMI habrá más confianza?

Primero, la Argentina tiene que tener una agenda de reinserción en el contexto internacional. Con el Fondo debe recomponer las relaciones, lo que no quiere decir que deban tener un acuerdo. Hay que pagar la cuota del club, pero no hay que pedirle plata. Deberían negociar con los bonistas que se quedaron fuera del canje de la deuda y abrir la negociación con el Club de París. Insisto, hay que armar una agenda.

¿Y las cuentas públicas?

Ahí hay que trabajar tanto en bajar el gasto como en aumentar la recaudación. Pero la verdad es que si bien hay que recomponer el superávit, la situación no es grave. El Gobierno puede enderezar.

¿Cree que deben devaluar?

No creo que se necesite una devaluación grande ni nada por el estilo. Tal vez haya que corregir algún desfasaje entre el dólar y la inflación pero, si lo hay, es chico. El real brasileño se revaluó y el dólar bajó a nivel mundial, el tipo de cambio hoy (el viernes el dólar cerró en $3,81) está bien.

¿Se puede volver a crecer rápido?

Depende si se aprovecha la coyuntura internacional. La Argentina puede caer entre 2 y 3% o, si endereza, terminar con un crecimiento nulo a fin de año, tienen que volver parte de los dólares que se fueron en los últimos tiempos.

La inversión cayó fuerte este año...

La inversión necesita un horizonte y acá falta. Siempre antes de las elecciones, acá y en todos los países, hay inversiones que se frenan por la incertidumbre. Ahora se necesitan algunas certezas.

Y encima, llegó el virus de la Gripe A que, además de los problemas de salud, puede tener consecuencias sobre la marcha de la economía...

Creo que puede hacer caer la tasa de crecimiento entre 0,4% y 0,8%. Los sectores ligados al esparcimiento y al turismo, pueden sufrir.

¿Y la inflación?

Está relativamente baja por la desaceleración que tiene la economía desde fines del año pasado pero hay que estar atento. Con alguna mejora del consumo pueden reaccionar los precios de los alimentos. También hay que ver qué pasa con las tarifas en un contexto de menos subsidios oficiales.

Disparadores para una explicación estructural


Hugo Presman – Página 12, lunes 6 de julio de 2009

La etapa renovadora que vivimos a partir del 2001 se debe al clivaje histórico producido por las jornadas del 19 y 20 de diciembre. El que permitió cerrar una etapa penosa y depredadora facilitó por algunos meses una alianza plebeya entre las clases medias aterrorizadas por el descenso económico sin piso a la vista y los sectores excluidos, muchos ex obreros que el modelo de rentabilidad financiera había arrojado fuera de la sociedad. Una reconstrucción precaria de sectores populares que comprendían, no en los libros, sino en la rigurosidad de la crisis, que el modelo neoliberal los había alojado en la cocina donde lo seducían con las sobras del festín, con electrodomésticos, y viajes para los más favorecidos, mientras se cerraban las industrias, se vendía el patrimonio y el déficit que producía la privatización de las jubilaciones y las importaciones irracionales se cubría con endeudamiento externo.

El límite del estallido y sus consecuencias futuras estaba dado por haberse realizado desde la antipolítica. Una bisagra política consumada desde el rechazo a la política.

La oxigenación que produjo el 19 y 20 de diciembre lo recogió confusamente Eduardo Duhalde y le dio impulso Néstor Kirchner. El accionar desplegado en los primeros treinta meses de su gobierno fue tan positivo como sorprendente. Luego hizo la plancha, viviendo de la rentabilidad política de esos meses notables. Los representantes políticos recobraron su respetabilidad y volvieron a circular sin problemas por las calles de las que habían sido proscriptos con el vendaval del “que se vayan todos”.

La recuperación económica, el notable crecimiento a tasas chinas, la disminución notable de la desocupación, el mejoramiento significativo del poder adquisitivo del salario, alejaron a los sectores medios del abismo y volvieron, como es tradicional, a mirar hacia arriba. La pobreza que comprendían cuando estaban en peligro pasó a ser una molestia que solicitaban histéricamente se la ocultaran para que sus ojos no la vieran. La ocupación del espacio público por los sectores más retrasados en la recuperación de su inserción activa en la sociedad los irritaba hasta la exasperación. Habían tolerado de mala gana en los momentos álgidos, la política de derechos humanos, la reivindicación de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, los conflictos con la Iglesia, el no concurrir al Tedéum los 25 de Mayo para recibir el tradicional sermón crítico, los roces con EE.UU., la presencia de los movimientos sociales en la Casa Rosada, la supeditación de la economía a la política, la mucho mayor presencia del Estado, la alianza con Venezuela, Brasil, Bolivia y más tarde Ecuador, la anticumbre de Mar del Plata que le dio un golpe definitivo al ALCA. Los sectores concentrados de la economía ganaron como pocas veces, pero no toleraron, muchos de ellos, a un Estado mucho más presente junto a la renovada presencia sindical, y el retiro de la alfombra roja que se le desplegaba tradicionalmente desde gobiernos anteriores, o cuando muchas de sus agachadas y miserias eran expuestas desde el atril. Lo mismo sucedía con los medios periodísticos, convertidos los más poderosos, bajo la engañosa denominación de independientes, en una especie de reemplazo mediático de las antiguas fuerzas armadas, instrumentadas tantas veces como el brazo del poder económico.

Por las fisuras del 19 y 20 de diciembre, aparecía nuevamente esa sociedad individualista y mezquina, surgida de la fragmentación social, de las miserias y horrores del terrorismo de Estado, domesticada en la hiperinflación, en los golpes de mercado, en la derrota de Malvinas, en la desmalvinización posterior y corrompida en las falacias del neoliberalismo que en democracia y con apoyo popular concretaron Alfonsín, en la última etapa, Menem y la Alianza. De esos vientos propagados desde la antipolítica, surgirían los apolíticos con handicap social como Juan Carlos Blumberg, Alfredo de Angeli, el rabino Sergio Bergman, o desde el mundo empresarial Mauricio Macri o Francisco de Narváez.

A partir del 2007 la inflación empezó a erosionar el poder adquisitivo, a pesar de los sucesivos aumentos. Las elecciones del 2007 que Cristina Fernández ganó ampliamente, ya exteriorizó el fuerte rechazo de las clases medias urbanas. A los hechos positivos que engendraban rechazos viscerales en esos sectores, deben agregarse críticas valederas que incrementaron el distanciamiento. La tendencia equivocada acerca que la realidad cuando arrojaba resultados desfavorables había que maquillarla estadísticamente. Eso se vio primero con la inflación dibujada que distorsiona índices tan sensibles como los de pobreza e indigencia y que luego se repetiría con aspectos sanitarios como el dengue y la fiebre A o manejos en la justicia como en el Consejo de la Magistratura. Peligrosamente, la Presidenta buscó subterfugios del mismo tenor para no reconocer la derrota electoral del 28 de junio. La alusión insólita sobre el triunfo en El Calafate, aparte de grotesco o de un chiste desafortunado, tiene reminiscencias a aquella boutade intencional de Carlos Menem de comparar la derrota en la Capital con el triunfo en la Ciudad de Perico, en Jujuy.

Cuestiones ideológicas y errores políticos han producido un odio visceral en los sectores altos y medios hacia el kirchnerismo, que tiene la particularidad de despertar rencores en los mismos sectores del peronismo histórico, pero está muy lejos, a distancia sideral, de despertar los fervores de Perón y Evita.

El gobierno de Cristina Fernández venía a poner paños fríos en los sectores más lastimados. El poder no esperó y emprendió la embestida desde el primer día, concretando un avance como aquel intento frustrado del pliego de condiciones que le exigió a Néstor Kirchner, el funcionario Claudio Escribano, de La Nación, bajo la amenaza que de incumplirlo no duraría un año.

El conflicto con las patronales del campo, por una resolución correcta en el fondo, pero mal redactada, peor explicada (con contradicciones en cuanto al destino de los fondos) y con serias dificultades de implementación, produjo un desgaste y desprendimiento de las clases medias rurales que cinco meses atrás habían votado mayoritariamente a favor de Cristina Fernández. Pensado como un acto fundacional del Gobierno, la derrota en el Parlamento lo dejó con una debilidad significativa, mientras agrandó a un sector sin calor popular que consiguió el apoyo de las clases medias urbanas produciendo concentraciones inéditas que le arrebataron el control mayoritario de las calles. El conflicto permitió blanquear la conformación de los bloques económicos, las nuevas particularidades y agrupamientos sociales del modelo sojero, del cual el Gobierno fue socio vía retenciones y permitió a la sociedad debatir como hacía mucho no sucedía.

Vaciado de las clases medias pasadas activamente a la oposición y con un frente agropecuario militando activamente en su contra, el Gobierno consiguió estatizar Aerolíneas y las AFJP y puso en discusión la ley de Servicios Audiovisuales que acentuó la beligerancia de los grandes medios. Muchos jóvenes que en la década del ’70 habían hecho una opción por los pobres, a la vuelta de casi cuatro décadas, se observa el curioso pero explicable escenario, que muchos ciudadanos de entre veinte y treinta años han realizado una opción por los ricos.

Más allá de los odios y simpatías, en el análisis político es bueno seguir al filósofo holandés Baruch Spinoza que aconsejaba: “En política, es conveniente no reír ni llorar, sólo comprender”. Evitar caer en aquello que poéticamente expresaba el poeta español Antonio Machado: “Lo ojos que ves/no son ojos porque los ves/son ojos porque te ven”. El Gobierno ha recibido un uppercut de derecha y está confundido en el cuadrilátero. Los intereses económicos que se encuentran detrás de los representantes políticos avanzan para conseguir sus beneficios, al tiempo que erosionan la sustentabilidad del Gobierno. Van por una devaluación que adelantaba Prat Gay. Por la eliminación de las retenciones. Por la supresión de las paritarias. Por los ajustes en el Estado. Por el acotamiento del poder sindical. Por la represión de la protestas sociales. A su vez la base política de sustentación del Gobierno se volatiliza. No es cierto que meramente perdió 15 diputados y seis senadores. Los movimientos en el justicialismo de huida hacia los ganadores es tradicional. Los gobernadores intentan crear un poder paralelo con centro en Reutemann y con la presencia en las sombras de Duhalde. Daniel Scioli difícilmente pueda permanecer al frente del partido.

En los próximos meses el Gobierno recorrerá un camino de cornisa y muchos, de adentro y de afuera, harán fila para arrojarlo al precipicio. Si no saca conejos de la galera, avanza con proyectos que tengan aprobación popular y los explique con claridad sirviéndose del canal público, oxigene realmente al Gabinete y los ministros adquieran perfil propio dentro de una política fijada desde la Presidencia que no sólo se anuncie sino que se cumpla, tejiendo una red de alianzas y evitando groseros errores. No hay posibilidad de retroceder porque el poder económico es insaciable. Todo lo que se entregue será considerado poco, porque los probables sucesores están dispuestos a satisfacer con creces a los diferentes sectores del establishment.

La Presidenta debe comunicarse con el pueblo como una conductora y no como una analista política. Es altamente probable que si esto no sucede Cristina Fernández será bajada o se la inducirá que se baje del ring antes de la fecha convenida constitucionalmente.

El futuro no está atrás. Lo que sucede en Honduras, calco del golpe de Venezuela en el 2002, es el pasado repudiable. Tan detestable como un retorno a lo que quedó atrás en diciembre del 2001.

Darse cuenta


José Natanson – Página 12, domingo 5 de julio de 2009


A una semana de las cruciales elecciones del domingo, ya es posible elaborar un análisis más sereno, que abarque tanto la dura derrota sufrida por el kirchnerismo como los primeros intentos por entenderla y procesarla. De entre las diferentes explicaciones que han circulado en estos días, una de las más difundidas, tal vez porque es también la más tranquilizadora para quienes discrepan con los resultados, es la de la “derechización” –súbita, inesperada– de la sociedad. Es cierto, por supuesto, que por primera vez desde el 2003 ha emergido una derecha fuerte, aunque también nueva, triunfadora en los dos principales distritos del país. Pero este hecho irrefutable no debería confundirse con un drástico viraje del signo ideológico del electorado, que puede mutar pero más lentamente, y que hace apenas un año medio se había inclinado masivamente por la candidatura de Cristina.

En todo caso, la teoría requiere una explicación, y quienes la defienden a menudo carecen de ella, tal vez porque implique necesariamente reconocer los propios errores. Uno de los pocos intentos en este sentido es la columna de Enrique Martínez publicada en Página/12 el viernes pasado. Su razonamiento es el siguiente: el kirchnerismo consiguió altos niveles de crecimiento, el alto crecimiento expandió la clase media y alta, la clase media y alta sólo piensa en sí misma y vota la derecha, ganó la derecha. “Hubo un voto pancista que volvió a despreciar la política y que buscó alejar la posibilidad de una mirada comunitaria sobre la vida, por parte de los que creen que para ellos está todo bien y que los dejen de embromar. Y descubrimos que en el segundo cordón del conurbano también viven muchos que piensan así, sobre todo después de un crecimiento de la economía de más del 50 por ciento en seis años”, concluye Martínez. Que no explica por qué quienes se beneficiaron con el modelo un día dejaron mágicamente de apoyarlo ni en base a qué datos deduce que la clase media vota siempre a la derecha.

La segunda tesis es la de la traición. Las candidaturas testimoniales, la gran apuesta del Gobierno para las elecciones, generaron un costo inestimable pero cierto en términos de opinión pública, que el kirchnerismo pensaba compensar con el aporte de la maquinaria territorial peronista (fue este mismo razonamiento el que llevó al oficialismo a apoyar inicialmente a Aldo Rico, aunque luego su figura resultara demasiado costosa).

En una nota de Fernando Krakowiak publicada el viernes en este diario se analizan en detalle los números y se concluye que el corte de boleta existió, pero que se trató de un fenómeno extendido en toda la provincia y no siempre en perjuicio de la lista encabezada por Kirchner. La impecable suma y resta de Krakowiak concluye que, incluso si los votos de las listas testimoniales de concejales se hubieran volcado a la lista nacional Kirchner-Scioli, hubiera sucedido una derrota. En otras palabras, la tesis del aparato es correcta, siempre que se refiera a sus limitaciones electorales y no a su supuesta traición.

La tercera tesis es estética. De acuerdo con esta visión, lo que falló no habría sido el fondo de las políticas kirchneristas sino el estilo con el que se implementan y, sobre todo, su comunicación. También tranquilizadora (si es sólo el estilo la cosa no tiene por qué ser tan grave), la teoría ignora el detalle de que, en política como en literatura como en pintura, el fondo y la forma son parte de lo mismo, que no es posible diferenciar uno de otro. Pero conviene detenerse en la idea pues remite a una confusión usual acerca del origen del kirchnerismo como ciclo político. En rigor, el kirchnerismo no nació en la Santa Cruz de los ’90 sino en la Argentina del 2001, como un proceso surgido de las cenizas de la crisis y de la necesidad de reconstruir la autoridad presidencial, consolidar las bases de un nuevo modelo económico y generar un orden político, y hacer todo esto de manera rápida y sin represión. En suma, un origen que remite a la excepcionalidad y la emergencia, y que ha inyectado decisionismo e improvisación al ADN kirchnerista, características que con el tiempo se han ido transmitiendo de la forma a la sustancia misma de sus políticas y de su política, marcada por la lógica del todo o nada y la constante inclinación a doblar la apuesta.
Un proceso largo

Las explicaciones de los procesos políticos son siempre complejas. Y como se trata en general de procesos de largo aliento, que comienzan a gestarse más o menos silenciosamente hasta que un día estallan o se hacen visibles, tal vez el inicio del contraciclo evidenciado en los resultados del domingo se remonte al clima de normalidad relativa logrado en 2004 o 2005, cuando un sector creciente de la clase media comenzó a tomar distancia del Gobierno y reclamar otras cosas.

Lo notable es que Kirchner había registrado este viraje en el humor social y sobre él había fundamentado su estrategia electoral de cara a las presidenciales de 2007: la elección de Cristina como candidata, la apuesta a la Concertación Plural personificada por Julio Cobos y la promesa de un tiempo más institucional, dialogal y sereno, fueron presentados como ejes de una gestión que se abocaría a enfrentar problemas más complejos, con operaciones de política pública más sutiles y sofisticadas.

Desde el momento en que Cristina anunció su gabinete quedó claro que esto no sucedería. Cabe sin embargo preguntarse por qué el cambio de estrategia prometido no fue llevado a la práctica: tal vez por una lectura de los resultados de las elecciones presidenciales, tras la cual el Gobierno decidió afianzar su base de sustentación peronista y resignarse a perder a otros sectores, o tal vez porque el conflicto por la 125 puso a Kirchner ante una nueva situación de emergencia, real o fabricada, que lo remitió a sus orígenes. Como sea, el Gobierno cedió las banderas de la “moderación” y el “diálogo” a una oposición que ha hecho poco para merecerlas y, con ellas, se resignó a perder el aval de una parte mayoritaria de la clase media.

La segunda pregunta, clave para entender los resultados del domingo, es en qué momento, y por qué motivos, una parte de los sectores más castigados del conurbano decidieron darle la espalda a un gobierno al que habían apoyado casi sin fisuras desde el 2003. Entre las teorías esbozadas en estos días, hay una que sostiene que esto era inevitable, que la clase media actúa como una vanguardia a la que los sectores empobrecidos terminan imitando, sólo que más tarde. La idea esconde un desprecio por la racionalidad popular, que no es infalible pero que siempre conviene tratar de entender. Tal vez (es sólo una hipótesis) el distanciamiento se inició en el 2007, cuando la inflación comenzó a detener, e incluso retrotraer, los avances sociales de los primeros años K, cuando los precios de los alimentos iniciaron una escalada que produjo un deterioro innegable de las condiciones de vida de los sectores más castigados y comenzó a amenazar el que quizás haya sido el principal logro de Kirchner: la construcción de una enorme clase media baja. Frente a esta situación, el Gobierno reaccionó con la intervención del Indec y la continuidad sin alteraciones de las políticas sociales.

La derrota, finalmente, se explica por la demanda pero también por la oferta. El domingo, por primera vez en seis años, nació una oposición capaz de penetrar los sectores más pobres del Gran Buenos Aires sin por ello resignar su liderazgo en la Capital, pequeño milagro que sólo unos pocos políticos alcanzaron en la historia reciente (Alfonsín en 1983, Menem en 1995 –no en 1989– y la Alianza en 1997). En suma, el éxito de Unión-PRO fue ofrecer candidaturas aptas tanto para las clases medias de la Capital, el interior bonaerense y los distritos acomodados del primer cordón, como para los pobres del segundo cordón y los barrios del Sur de la ciudad (la clase alta o altísima, que también votó a Unión-PRO, es irrelevante en términos electorales). En otras palabras, una confluencia –todavía no una coalición– entre clases medias y algunos sectores de las clases bajas, que curiosamente se parece bastante al objetivo al que cualquier fuerza progresista debería aspirar.
A la defensiva

Por primera vez desde aquellos meses iniciales del 2003, el Gobierno se encuentra en una situación de debilidad, debilidad que puede descomponerse en diferentes facetas. La debilidad es antes que nada legislativa, evidenciada en el hecho de que el kirchnerismo perdió el quórum propio en el Senado.

La debilidad puede ser –aunque aún no es– fiscal. Incluso si Francisco de Narváez incumple su promesa de bajar a cero el IVA a los alimentos, eliminar las retenciones y destinar millones de pesos a la seguridad (es decir, llevar al presupuesto a una bancarrota), es posible que las presiones de gobernadores y opositores afecten la solidez fiscal del Estado nacional (antes de fin de año habrá que debatir el nuevo presupuesto, la renovación del impuesto al cheque y la emergencia económica). El sociólogo Marcos Novaro lo explicó bien esta semana: “Uno de los problemas serios, que habría que tratar de evitar, es que se reproduzca lo que le pasó a Menem en su segundo mandato, en el que también tuvo un auge federal con la derrota de 1997. En una palabra: hay peligro de pasar de la concentración del poder a la desconcentración caótica, y de que ese ciclo político desordenado se reproduzca en un ciclo fiscal de desequilibrio creciente”.

Finalmente, la debilidad es política. Las mejores movidas del kirchnerismo –el recambio de la Corte, la política de derechos humanos, la estatización de las AFJP– contaron con altos niveles de aprobación popular. Desde el domingo, el Gobierno debe enfrentar no sólo una vigorosa oposición de derecha sino –el otro gran dato de los comicios– una incipiente pero muy real oposición de izquierda, expresada en la notable elección de Pino Solanas en la Capital y la muy razonable performance de Martín Sabbatella en la provincia. Bien aprovechada, esta novedad podría contribuir a ampliar la base de sustentación oficial en un sentido transformador, sobre todo luego de que las elecciones demostraran que el respaldo del PJ y la CGT podrán ser necesarios pero ciertamente son insuficientes.

¿Será éste el camino elegido por el gobierno? Las señales son contradictorias. La renuncia de Kirchner a la presidencia del PJ parece indicarlo, pero la conferencia de prensa de Cristina el lunes posterior a los comicios fue en el sentido contrario: minimización de los resultados y la insistencia en destacar conquistas de este gobierno pero que, como sucede con los mejores logros sociales, la gente ya ha hecho suyas. La salida del cuestionado Ricardo Jaime era esperada, sólo que no vino acompañada de una explicación (¿Se fue por las causas judiciales, por la crisis del sistema de transporte, por la derrota en Córdoba?) ni de los motivos que llevaron a elegir a su sucesor.

Hay en todo esto un problema de tiempos. Los medios siempre querrán respuestas rápidas, más cuando huelen sangre, y presionarán por imponer su timing, que no siempre coincide con el de la política. La inmediatez a menudo conspira contra las mejores decisiones, y los gobernantes no tienen por qué ajustarse a los tiempos de los medios, aunque tampoco pueden ignorarlos. Tras una derrota como la del domingo, el Gobierno necesita unos días para digerir los resultados y elaborar una estrategia que indique claramente cuál es el rumbo, en qué sentido piensa ampliar su base política y sobre qué ecuación de gobernabilidad planea llevar adelante los difíciles dos años y medio que le aún quedan de mandato.

Base Erosinada


Alfredo Zaiat – Página 12, domingo 5 de julio de 2009

El resultado electoral del domingo pasado permite varias lecturas sobre los motivos del retroceso del oficialismo, y ninguna es excluyente para comprender el veredicto de las urnas. Las últimas elecciones brindan abundante material para el entretenimiento de analistas políticos y sociales. En esas evaluaciones ya se ha incluido el conflicto del Indec como factor relevante en el balance negativo. Las estadísticas pasaron a ocupar un insólito espacio de la disputa política a partir de abruptos cambios que se impusieron en la gestión y generación de información del Instituto. Una mirada un poco más amplia, lo que no significa minimizar la estrategia equivocada de la administración kirchnerista con el sistema nacional de estadísticas, muestra que las últimas elecciones volvieron a probar que la persistente alza de precios, con mayor o menor intensidad, es un potente elemento de desgaste para los gobiernos. Aquí como en cualquier otro país. En Argentina, las últimas décadas ofrecen más de una experiencia acerca de cómo la inflación ha sido un importante componente de erosión del capital político. Hubo varios momentos de estallidos, como el Rodrigazo, la ruptura de la tablita en la dictadura, la hiperinflación de Alfonsín y luego la de Menem, y la megadevaluación de Duhalde, que derivaron en crisis. En algunos casos esos gobiernos se pudieron recomponer y en otros no tuvieron esa suerte. Pero también el control de la inflación se ha convertido en un activo que ha permitido fortalecer la acción gubernamental. Esas etapas se registraron en el comienzo de la tablita de Martínez de Hoz, el Plan Austral de Alfonsín, la convertibilidad de Menem y la estabilización luego del fuerte ajuste cambiario durante la gestión Kirchner. Este recorrido puede presentar cierta duda debido al triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones de 2007, pero el tema precios, si bien ya había empezado a horadar la base de sustentación social, recién empezaba a adquirir densidad en sectores medios y en los vulnerables, que apostaban a la posibilidad de su resolución.

Pese a ese cuadro de situación, donde los precios pasaron a ocupar un lugar central en el debate económico, la evolución de la inflación desde 2007 ha tenido un comportamiento bastante moderado en comparación con cualquier antecedente traumático del pasado. Pese a ello, ha desempeñado un papel importante en la pérdida de apoyo en sectores urbanos medios, primero, y en cierta porción de las clases populares, después. En esta instancia aparece, además del conflicto con el sector del campo privilegiado, el efecto social perturbador por la alteración de la forma de administración del Indec. Dependencia pública que requería de cambios en metodologías y de una depuración de áreas de convivencia sospechosa entre técnicos públicos y privados. Pero modificaciones que necesitaban también transparencia, publicidad y equilibrio en ese proceso de transformación. Al carecer de esas cualidades, la variación del IPC distribuida mensualmente por el Indec dejó de ser solamente un escenario de tensión entre realidad y percepción, discrepancia que siempre existió y que se registra en todas partes, sino que también empezó a influir en las expectativas sociales, en la legitimidad de la palabra oficial y en la pérdida del capital simbólico de la fuerza política mayoritaria.

Ante el derrumbe de la credibilidad del Indec, la percepción, abonada con fruición por vías diferentes desde la oposición política, el poder mediático y la secta de economistas de la city, se impuso como en ningún otro momento. Más allá del comentario vulgar acerca de que es suficiente con ir al supermercado para saber qué está pasando, que domina el sentido común de la sociedad, la elaboración de la metodología del índice minorista, la captura de datos de rubros diversos y su posterior procesamiento es bastante más complejo que el listado de un ama de casa. En los últimos meses, desde el último trimestre del año pasado, ha habido un marcado proceso de desaceleración en las subas de precios, que incluso ha sido detectado por consultoras privadas aunque a un menor ritmo que el Indec. Pero igualmente todavía sigue presente el clima inquietante de inflación. Estado de situación que no pudo ser compensado pese a que se mantuvo el ingreso real de la mayoría de los trabajadores por alzas salariales que acompañaron esa evolución. Pero ajustes de precios constantes han ido erosionando ese mecanismo equilibrador, que no ha sido suficiente ante una percepción diferente sobre la inflación. Lo que sucede es que gran parte de la prensa y de economistas profesionales, ortodoxos o heterodoxos, pasaron a privilegiar índices privados, siendo éstos tanto o más débiles que los difundidos por el organismo público. En ese espacio es donde emerge con más nitidez la pérdida del capital simbólico para disputar en el terreno político un debate económico. Y pasa a ser dominante el escenario de la percepción, lo que aleja así la posibilidad de un análisis sólido sobre aspectos relevantes de la economía, dejando abierta la puerta a las miserias políticas, especulaciones económicas, intereses ocultos y, en este caso también, a una debacle electoral.

Gobiernos anteriores perdieron elecciones al padecer índices de inflación altos y muy elevados. En esta oportunidad, la derrota fue por no haber querido aceptar una suba de precios un poco superior a una media tolerable que se ubicaba en el rango del 10 al 15 por ciento. El tránsito hubiera sido complicado, pero se puede especular que no tanto como el elegido. Existe un antecedente cercano. El “milagro chileno” se desarrolló con tasas de inflación altas, con un promedio anual de casi 20 por ciento para el período 1980-1990. Es cierto que ese éxito trasandino es difícil de trasladar a la situación argentina debido a la experiencia traumática del pasado reciente. Además, las fuerzas en disputa (empresas-trabajadores) tienen un nivel de formalidad y presencia en la puja distributiva mucho más sólida aquí que en Chile. Si bien es imposible transferir linealmente ese antecedente a la realidad argentina, sirve como referencia respecto a que existían opciones para edificar un escenario con perspectivas favorables si hubiera existido capacidad de explicar cuáles son las tensiones distributivas que se generan en una economía periférica y con mercados concentrados.

La administración kirchnerista es una de las principales responsables –y víctima– de la consolidación de esa corriente dominante basada en la percepción sobre la intensidad inflacionaria. De esta experiencia emerge con nitidez que el manejo de las expectativas y de las percepciones de una sociedad constituye un factor relevante para la aceptación de determinada política económica, incluso la que es beneficiosa para las mayorías. Batallar contra esas condiciones objetivas que se presentan en la actualidad solamente pensando en la “fuerza de la razón”, en el supuesto que la tuvieran, es minimizar el elevado costo que significa desconocer esas limitaciones para la imprescindible tarea de reconstrucción de un bloque sólido para desafiar el avance de la restauración conservadora.