lunes, 27 de julio de 2009

La Novedad del Diálogo


Lic. Miguel Gomez

Dpto. Análisis de Coyuntura FUNIF Rosario

Casi un mes han pasado de las elecciones del 28J y los distintos actores de la teatralidad política argentina, siguen adecuándose al nuevo escenario que ha determinado el electorado con su voto. Como onda en el agua, los movimientos se van expandiendo desde el centro hacia la periferia, contagiando a muchos de diversas formas y metodologías que ahora parecen ser el sine que non de la política. Una de ellas es el diálogo.
Encarada inicialmente desde el gobierno nacional, como lectura a un resultado que tiene bastante de fracaso, la apertura a la charla y al debate de ideas ha sido proyectada hacia distintas zonas geográficas e institucionales que antes parecían vedadas.
Suponiendo que la falta de diálogo “K” sea una marca en su orillo (cuestión que podría refutarse con lo sucedido desde junio de 2008 para aquí, cuando desde el oficialismo congresista se creó la figura de las retenciones segmentadas y cuando se lograron consensos realmente importantes en leyes trascendentes) la pregunta que hoy nos hacemos refiere a cual es el límite al diálogo que supone aceptar la oposición argentina.
Para ser más claro. Una sociedad puede elegir distintos valores sobre los cuales solidificarse. En términos políticos el diálogo entre las distintas fuerzas (atomizadas) puede ser una opción interesante, pero lo básico es que el diálogo necesitará de un correlato de acción política para que el mismo sea fructífero. Va de suyo entonces, que en la decisión por uno u otro hecho político determinado, existe un límite: al elegir hacer A y no B, estoy decidiendo por un camino que indefectiblemente deja afuera a todos los propulsores de las ideas de hacer B. Por lo tanto, ¿hasta donde los propulsores de B, aceptarían que sus ideas no sean tenidas en cuenta de manera trascendental?
Por otro lado, si YO soy gobierno y mantengo, dentro de un sistema presidencialista, las atribuciones del mando, ¿hasta donde debo aceptar los condicionantes que, naturalmente, me impone el diálogo en un marco atomizado?, ¿es proporcional a mi derrota, cómo lo medirá el conjunto de los actores? Además, sería muy positivo conocer cuál es el límite que están dispuestos a aceptar mis adversarios. Y de ellos, los cuales ninguno sobresale por ser una primer minoría claramente establecida, ¿quiénes aceptaran que mi legitimidad de origen (elecciones 2007) para el ejercicio del cargo “ejecutivo” es superior a la de ellos?
Estas preguntas no resultan menores por el sencillo hecho de que determinarán, en el mediano plazo qué suponen los próximos 28 meses de gestión, dicho de otra manera, cuan difícil le resultará al Poder Ejecutivo llevar adelante la gestión. Volviendo a las palabrejas de moda: cuan compleja será la gobernabilidad.
Este escenario además se complejiza si, siguiendo con el ejemplo de la piedra en el agua que expande las ondas desde el centro hacia la periferia, los actores mas trascendentes de la política argentina suscriben (y sobreactúan de manera parecida) a estas nuevas rondas de diálogo. Digo, parece, resulta que en Córdoba (Juez se juntó con Schiaretti), en Santa Fe (Binner dice que van a convocará al PJ y YA hay rumores de que se intentaría discutir, por ejemplo, la reforma constitucional tan necesaria… para el socialismo) y en la Reina del Plata, también convocarían al diálogo.
Uno visualiza claramente que en los 2 primeros casos, sumada a la situación del oficialismo nacional, la derrota es un factor que ha resultado determinante para el encuentro entre las distintas fuerzas políticas. Ahora, la pregunta es, de la misma manera que se la cuestiona para el ADN “K”, ¿hacía falta esperar que el oficialismo cordobés saliera tercero, que el socialismo perdiera por menos del 2% de los votos y que Macri se retrajera en no menos de 15 puntos de votos reales para que la solución que supone el diálogo fuera aplicada?
Tomemos un ejemplo yendo al caso santafesino. En un contexto de retracción económica el debate sobre el devenir del nivel de gasto de las cuentas públicas no es menor. Si un gobierno recibe de manos del anterior una caja superavitaria y con el paso del tiempo aparece una crisis económica que revierte el escenario, ¿no sería válido dialogar sobre qué hacer en los tiempos que se avecinan? ¿Aceptaríamos desde cierto progresismo fiscal determinado nivel de déficits, proactivando los niveles de producción económica o nos ajustamos a la ortodoxia cerrando el nivel de gastos? Podremos hacer cualquier cosa, expandir o retraer, propiciar cierto desarrollo o ajustar; pero lo que es seguro que, haciéndolo en forma dialogada o unilateralmente la legitimidad de la acción de gobierno no debe ser en nada cuestionada. Está en su derecho. Ahora bien, si el gobierno socialista de Hermes Binner declama hacia el plano nacional la necesidad de debatir los grandes temas de la Nación, más allá de los resultados electorales, ¿porqué no aplicarlo en el espacio propio? Las respuestas y justificaciones pueden ser de las más variadas, pero lo real y concreto es que el diálogo como tal, en un contexto de fuerte fragmentación política no es una tarea sencilla ni monocorde precisamente.
El diálogo ahora aparece como una novedad pero, si todos los actores convocaron desde la derrota o desde la debilidad ¿el resto de las fuerzas políticas no “K”, son tan diferentes? A mi me parece que no. Pero las modas, en la política argentina, son más fuertes.

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